Levantó la mano convencida y solo entonces comprendí que ya no volvería a verla jamás.
Dos años, setecientos treinta días que aguardaban nerviosos sobre los raíles del tren… ella sonreía triste tras el cristal.
¿Era realmente tan arriesgada mi decisión…?.
Fue necesario perderla así, de golpe, para apreciar en su justa medida cuanto la necesitaba.
A partir de aquel viaje nunca volvió a ser lo mismo, yo a la sazón no había sospechado absolutamente nada de lo que ocurriría mas tarde.